09 marzo 2006

UN QUIJOTE EN LA VIA LÁCTEA

En un lugar de la mancha, ó no muy lejos de allí,
un labrador del agro gallego, cultivador de su propia huerta, regador de verdes y ajenos prados, soñaba, mirando el arado estelar, con vivir las mejores y más grandes aventuras. Contemplando la Vía Láctea, ensimismado en la fugacidad de las estrellas, asió las riendas del caballo más veloz que poseía, el pensamiento, y sin dudarlo, montó en él. Arrancó mecido en el viento de los salgüeíeros, rodeado del orballo primaveral, cabalgó sobre las cimas de los montes galaicos en busca de la libertad.
Ataviado con su mejor armadura, espoleando su mente, derrotó al constructor de puentes, al romano avasallador, lo indujo a las creencias en las doradas aguas del olvido y a postrarse ante el astro sol pensando en el fin del mundo. Sorteó los malos augurios que cabalgaban el los fuertes vientos, esquivo los jinetes portadores de desventuras, atravesó, velozmente, borrascosas nubes con su capa caracalla ondeando al viento, bajó la mirada al suelo y encontró la ciudad. En la urbe construida entorno a un majestuoso templo, multitud de personas andaban por sus calles sin acierto ni concierto, a pie, desdichados, desprovistos de caballos imaginarios y más aún, sin fantasía. Observó, detenidamente, gentes vestidas con uniformes de curas, militares y políticos, quienes creyéndose amos del mundo, ordenaban y regían a su imagen y semejanza. Agrupados en el burgo, imponían sus criterios, ignorando a los que no pensaran como ellos. A su lado, codo con codo, caciques llenos de codicia, exentos de escrúpulos, explotaban la miseria y la pobreza. Pastores y labradores, hombres y mujeres venidos de otras tierras, atraídos por el falso resplandor de la riqueza, acudieron en busca del progreso, al encuentro de hidalgos caballeros, fueron sometidos, humillados, apeados del caballo de la ilusión y obligados a montar en los potros y jamelgos de la sumisión y entrega. El pensamiento encabritado por un fulgurante destelló, tropezó con un labriego arando una minúscula tierra, sujetando un arcaico arado romano, lleno de amor hacía sus semejantes, sin marginarlos por raza sexo ó religión. Se vio a si mismo cuan pobre era, ni asno ni rocín poseía, poca cosa para vivir tenía, pero subsistía, y fue entonces, cuando, apeándose del pensamiento, ansioso de igualdad, descubrió que había confundido los ladridos de su perro pastor con los de un galgo corredor.

VERSION EN INGLES

In a place in La Mancha—or not far from there—a Galician peasant, cultivator of his own plot, grower of green and far meadows, dreamed, while looking at the Starry plough of living the best and grandest of
adventures. Observing the Milky Way, dreaming about the fugacity of the stars, he seized the reins of the fastest horse he owned, his thought, and without doubting it, mounted. He started rocking in the wind of the willows, surrounded by spring holly, and rode over the peaks of the Galician mountains looking for freedom. In his best suit of armor, his mind spurred on, he defeated the bridge building, the Roman overlord, and induced his mind to believe with the golden waters of forgetfulness, prostrating himself before the heavenly sun thinking of the end of the world. He rode through the bad auguries that traveled the strong winds, avoided the riders carrying misadventure, crossed, rapidly, stormy clouds with his caracalla cape flapping in the wind, then he lowered his eyes to the ground and found the City. Therein was constructed a majestic temple, a multitude of people walked its streets without rhyme or reason, on foot, unhappy, lacking imaginary horses and worse, lacking fantasy. He observed with care people dressed as priests, soldiers, and politicians, believing themselves leaders of all, ordering and ruling in their own image and likeness. Together in the City they imposed their criteria, ignoring those who did not think like themselves. At their side, elbow to elbow, stood caciques full of envy, without scruples, exploiting misery and poverty. Shepherds and farmhands, men and woman from other lands, attracted to the false splendor of wealth, responded to the search for progress and upon finding gentlemen on horseback, were subdued, humiliated, thrown off the horse of illusion and forced to ride the hacks and nags of submission and surrender. Thought reared up with a refulgent shine, it stepped like a farmer plowing a tiny plot, holding an archaic Roman plough, full of love for his seeds, without discrimination for race, gender, or religion. He saw himself, how poor he was, owning not even an ass nor a sorry nag, with little to live with, but he survived and thus, when dismounting from thought, anxious about equality, he discovered that he had confused the barking of his shepherd dog with that of a racing hound.

Con mi gratitud a jacquelinebautista

por su gentil traducción




para ver más vento nas xestas
http://polaranza.blogspot.com/

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