27 octubre 2012


RAMÓN DO PENEDO


En las cercanías de Sarría, hay una aldea escondida en las laderas de la sierra de Touville y Armea; siete casas ancladas en el pasado suspendidas encima de un promontorio rodeadas de una masa de arboles a modo de fortificación natural, acogen y cobijan a otras tantas familias, emparentadas entre si desde los tiempos antiguos.

Al pie del promontorio, queriendo huir, el río Neira adorna sus riberas con álamos cubiertos de muérdago y los castaños milenarios enseñan sus frutos; allí uno, ante la explosión de la naturaleza, se siente pequeño, muy pequeño.


A la aldea solo se puede llegar por la parte trasera del monte entre frondosas carballeiras. Muchos años yendo a disfrutar de las vacaciones con la libertad que me concedía mi abuelo, que no era mucha; muchos años buscando lugares desconocidos cercanos, y no tan cercanos, y nunca imagine que por allí existía una aldea y eso que conocí y fui conocido en la mas de setenta aldeas que tiene el municipio.

Fue Madrid quien me dio la oportunidad de conocer a Ramón y su increíble aldea que ni él mismo sabía estaba enclavada en las ruinas de un castro celta.
Aquel día, en el viejo Madrid en un bar de la calle Leganitos sonó a mi lado un estruendoso,
“vaiche boa, vela ai vai”

Me volví para descubrir de donde procedían las palabras y hallé a un hombre sentado en una banqueta alta sin que las piernas le llegaran al suelo hablando solo.
“Madia leva, xá falas só”

¡No hablo solo, hablo conmigo mismo en voz alta!,

Y empezamos a conversar; hablando y hablando llegamos al donde eres:
- Yo soy de Baralla,
- eu tamen
Un encuentro, un apretón de manos, un nos volveremos a ver y...

El paisano se llamaba Ramón, Ramón dó Penedo, y trabajaba en aquel local. Volví por allí varias veces y entablamos amistad; un aprecio que duró y aún dura aunque el paso de los años y la lejanía enfrían los contactos...

En el verano del setenta, sabiendo que Ramón dó Penedo estaba veraneando en su casa, fui a verlo aunque no resulto tarea fácil, logre llegar siguiendo las instrucciones de un paisano buen conocedor de la zona.
Partí por la carretera local que une Baralla con la Puebla de San Xulian, bordeando el rio Neira por su margen derecha, aguas abajo, hasta llegar al puente medieval de Covas. Aparque el coche, ya sabía por Ramón que hasta su aldea solo podese ir por camiños do carro.
Acometí la ruta siguiendo las rodadas de los carros, entre bosques de robles y castaños que apenas dejaban pasar los rayos del astro sol, lo que era de agradecer en aquel caluroso Agosto, el camino se iba empinando y durante su ascenso no dejaba de pensar en la dificultad que tendrían las yuntas para tirar de los carros. Cuando comencé a sentirme perdido, al final del camino, apareció ante mi, un “can de palleiro", perro común en las aldeas gallegas, de pequeño tamaño y peligroso por sus imprevisibles reacciones. Afortunadamente, tras él venia su dueño quien viéndome, desvalido, vestido al estilo de la ciudad, se apiado de mi y sujetó al fiero animal y al ser preguntado, en gallego, por la casa dó Penedo se deshizo en amabilidad para indicarme la senda.


Frente a la vivienda comprendí porque la llamaban dó Penedo; gran parte de la casa estaba edificada sobre una enorme roca. Cuatro grandes montones que almacenaban yerba y paja de cereal, revelaban extensas praderas y posesiones agrícolas propias de un poderoso hacendado.
La piedra que sustentaba parte de la casa, parecía evitar que se precipitara por la inaccesible ladera.
Como ocultando la casa, arboles frutales rodeaban la explanada, destinada a la era, al fondo destacaban seis manzanos repletos de manzanas rojas y junto a ellos, al menos una docena de perales invitaban a coger su fruto. !Admirable!
Ramón en en persona salio a recibirme y tras las presentaciones y los saludos, me llevó a recorrer sus lugares predilectos; tenía ganas de mostrarme lo orgulloso que se sentía al poder estar en ellos. Algo cansados nos sentamos sobre una piedra colocada allí expresamente en un sitio especial desde el que se observa un impresionante paisaje. La visión del valle del Neira desde aquel punto , aprisionó mi mirada, una profunda paz se apoderó de mi, sentía palpitar mi corazón y presentía las emociones que embargaban a Ramón, hasta el extremo de no atreverme a mirarle para no perturbarle.
Ante mis ojos, a izquierda y a derecha, prendidas en las laderas, una tras otra, aparecían pequeñas aldeas, las tierras de labradío y los verdes prados que las circundan parecían elevarse en busca del cielo, entre ambas laderas aprisionan el cauce del rio formando un espectacular cuadro policromíco. El rio se difumina en lejano fondo, allá por Láncara, reaparece, ensalzado la vista, en la Puebla de San Xulian, incomparable visión.
En aquel momento comprendí que al rudo amigo por muy alejado que estuviera de este lugar, sus sentidos no se apartarían de allí. Él era la tierra, la misma tierra, la madre de la vida.
Presentí que sus pensamientos estaban ligados, inseparablemente, a aquellos lares y que por lejano que estuviera su cuerpo de estos lugares, no encontraría más belleza, él no renunciaría “al souto, a las carballeiras, ni a las chousas, toxos, yestas, arándanos, amorodos, fentos é ventos dó Neira”. Él era, fruto de frutos, “ribeireño dó Neira” Sentí sus sensaciones y en ellas tuve el pleno convencimiento de su determinación, nunca viviría lejos de allí.
Ramón obtenía la fuerza de la tierra, lo demostró cuando el tiro de vacas que guiaba su padre no lograba arrancar el carro cargado con mucho estiércol, sin dudar, se aferró a una rueda hasta hacerla girar, mirando retador a la yunta, indicando que su fuerza y poderío eran superiores.
Al mediodia, bajo las sombras de los nogales, dimos cuenta del yantar regado con vino de Peares, café de puchueiro, ademas de unas gotiñas de oruxo de Portomarin.
La tarde transcurrio, mansamente, recorriendo los alrededores de la aldea y sin darnos cuenta vino la noche, había ido para pasar el día, no pude resistirme a la invitación de quedarme, acogido con tanta gentileza y amabilidad, todo me parecía increíble.
Sin apenas percatarnos, envuelta en el manto de la noche, la niebla, emanando del rio, nos hizo abandonar el exterior y encender fuego en la lareira

Las casas de la aldea se ocultaban a la vista unas de otras y sinembargo se sentían presentes. Disfrute de la compañía de todos los vecinos que se afanaban en agradar en franca competencia. Todos y cada uno de ellos magnificaban lo que tenían , producían, pescaban, cazaban o recolectaban, más y mejor que nadie en todo el mundo, y lo decían convencidos , sin ruborizarse, si uno había pescado una trucha, era la más grande jamas vista, otro afirmaba que le había ayudado a sacarla del agua con mucho esfuerzo. Si alguien cosechaba patatas eran las más grandes y hermosas, siempre había quien se encargaba de afirmar que con una comía toda la familia. Los nabos, enormes, permitían obtener las mejores nabizas, por tanto los más esquistos grelos, todos los comentarios terminaban, entre miradas de complicidad y con la frase sentenciadora, vaiche boa, coreada al unisono por los oyentes con un, vela ai vai.

El trato recibido hacía difícil abandonar el lugar pero no había otro remedio. Tres días después mientras descendía en busca de mi coche, apesadumbrado por tener que abandonar tan hermoso lugar, afloro en mi cabeza el recuerdo de todos sus habitantes y me cuenta de de la ausencia de mujeres jóvenes y de la abundancia de varones, gemelos o mellizos en casi todas las casas. Finalizadas las vacaciones, nos volvimos a encontrar en Madrid, y como siempre, intercambiamos nuestras vivencias.

Finalizado el verano, nuevamente en los madriles nos volvimos a encontrar, cada vez con más frecuencia, hablábamos mucho del Neira y sus truchas, de las aldeas, del Concello de las fiestas; tenía en mi con quien hablarda terra nai, agradecía mi conversación y yo la suya pero cada vez nos veíamos más de tarde en tarde; es así la vida en la gran ciudad, son las circunstancias. Pude comprobar que últimamente Ramón hacía una vida realmente extraña; iba de la pensión al trabajo en el que pasaba todo el día, que no le interesaba librar o recorrer Madrid, solo gastaba lo imprescindible y finalmente, un buen día me espetó: Volvomé pra casa ¿Y eso? !Teño que facelo! !Morreu meu irmau!
Pasaron varios años hasta que nos reencontramos en la feíra de Baralla, él estaba junto a un tractor con un remolque lleno de cerdos que había llevado para vender, apenas tuvimos tiempo para hablar y nos despedimos con la promesa de que iría a visitarle. !Podes vir en coche, chega a pista! !

Cumplí con lo prometido una semana después del encuentro y a media mañana aparecí su casa, todo seguía igual, casi igual, aunque, sin saber nada presentí cambios y los contraste en la conversación con Ramón. Hablando me llevo a sus recuerdos de manera pausada; desde los mismos lugares que habíamos recorrido, allí en la misma piedra, asomados por la misma vista, me relató gran parte de su vida. Comenzó por su nacimiento, más ó menos en estos términos:
Del doble parto de mi madre, el primero en nacer fue Pedro y por ello heredó la casa, las tierras y además las aficiones de mi padre, sobre todo al alcohol, sin embargo el apego y el cariño por la familia no los perdió nunca, Mi hermano Pedro, por el contrario, a las hijas los rehuía como si apestaran, mandaba, ordenaba cual amo y señor, se casó con la chica que yo amaba, la trajo para casa y en estás circunstancias no tuve otro remedio que abandonar á terra, miña terra. Pedro se dedicó con profusión a la bebida que lo llevó, al cabo de pocos años, a una muerte por cirrosis, precedida de una larga agonía, no sin antes haber engendrado cuatro hijas.

El sol estaba en lo más alto, iluminaba el valle del Neira sin sombras pero en su cara y en sus ojos apareció la duda y acudieron a su semblante los tiempos de negra amargura, fue un instante, fugaz, pero me pareció una eternidad, se rehizo prontamente y prosiguió.
Volví de Madrid, en el que nunca estuvo otra cosa que mi cuerpo, enterré a Pedro, me dedique por entero a la casa.

Os poucos cartos que aforrei na capital foronse no baño que fixen e na traida da auga, tiven que ir por ela a fonte da Chousa ¿longo, non? .Os veciños non axudaron, mais agora queren ter a auga .
O'baño, meu pai foi capaz, nin de velo nin de usalo, tiña fixacion ca horta e limipiaba ó cu cunha verza, daballe o mesmo botar a merda na corte que na horta, no houbo maneira de facerlle cambiar da opinion. !Pra que vexas!

Enterré a los patronos en poco tiempo, y me case con mi cuñada, no se si por amor ó por darle un padre a mis sobrinas, además me convertí en padre de dos hermosos gemelos y sin apenas darme cuenta, sumido en la bebida con una profunda depresión en la que caigo y recaigo cada pocos meses y de la me cuesta salir, solo éste lugar, la presencia de buenos amigos mitiga, mi espíritu, me reconforta, me hace olvidar mis pecados que según el sr. cura y mis vecinos, son muchos, y tengo que purgarlos...

Las ultimas noticias que tengo de Ramón me hacen pensar que está recuperado hasta el extremo de olvidarse por completo de lo que puedan pensar sus vecinos. Vive dedicado a cuidar de su familia y de su hacienda.

También los demás tratamos de olvidar, aunque solo sea el nombre de la aldea, con el fin de proteger la parte de los hechos reales aquí narrados, dramatizados y ensalzados al libre albedrío del autor para preservar a personas, ideas o coincidencias con la realidad; todo parecido con personas y hechos sera fruto de la coincidencia.

En Madrid a 27 de Octubre de 2012
XARDONMANROFER



1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosisimo relato, Manuel. Encantoume, e dicir que me sinto igual de pegado a esta aldea na q me tocou vivir coma o tal Ramón...sera, quizaibes, porque son desa mesma aldea, da que non desvelaremos o nome, por non romper a maxia. Nembargantes, estou seguro de que un deses veciños que te acolleu, foi meu avo ou bisavo. Encantariame que me contases datos e vivencias coas xentes destes lares, q recorreron os mesmos camiños q eu hoxe recorro, q limparon os mesmos soutos q eu hoxe limpo. Facilitoche o meu correo : r_armada@live.com Agardo q desexes porte en contacto comigo. Un saudo.