Ella
estaba allí, no se la veía y sinembargo se da por seguro. El
carpintero, sin apenas fuerzas para respirar, se niega a creer que ha
llegado. Tiene la vista fija en la puerta de entrada viendo el
brillar la larga y afilada hoja; la guadaña segadora de vidas
reluce.
Llega
su fin. Rechazá la extremaunción y aún más, no hay forma de
acercarse a él. Se aferra a la poca vida que le queda. Pelea por
alcanzar el remington. El viejo rifle que siempre apoya en la
cabecera de la cama, es su único consuelo pero todos sus esfuerzos
son inútiles, nada puede hacer, lo sabe y no se rinde. Ya todo
acaba; la dama de la guadaña espera con paciencia, oculta en la
oscuridad de la habitación.
El
carpintero nunca gozó de las simpatías de sus vecinos y razones no
les faltaban; desde pequeño mostró su inclinación al mal. Viajó
como los lobos en la noche, recorrió montes, valles y aldeas
cercanas y lejanos, eso si, siempre acompañado del rifle y de sus
insaciables ansias de dominio. Al carpintero, todo cuanto tenia, y
era bastante, le parecía poco, y lo que no obtenía de buen grado lo
conseguía por la fuerza; hasta se apropio de cuanto a sus hermanos
correspondía y se fueron marchando, uno tras otro viendo como su
padre no tenia ojos más que para él, quizás por que sabía que
había heredado el mal. Poco a poco, fueron dejando de volver hasta
que finalmente desaparecieron de su vida. Quedó solo con su viejo
rifle remington y con su maldad, heredada o no, pero lleno de
vileza.
El
carpintero aprendió bien el oficio de su padre y se convirtió en un
afamado “constructor de carros”. Al principio se desplaza a
fabricarlos a las casas que se lo encargan, allí comía y dormía
hasta terminar su obra, y en algunas casas aprendió a disfrutar de
las mujeres de otros aunque no siempre salia bien parado. De aquellos
inicios le viene a él, no el remordimiento pero si un cierto
desasosiego. Fueron los tiempos de su amor por Alicia la hermosa
mujer del maestro Santiso, un amor por nadie conocido, tan intenso
que le llevó a la felonía pues el deseo de amarla despertó sus
ansias de poseerla y lo condujo al crimen. Un crimen ignorado,
desconocido, oculto tras una extraña desaparición ocurrida un día
del mes de Julio cuando el maestro Santiso abandonó su casa llevando
de la mano a su hijo para visitar, su no muy lejana aldea natal,
nunca más se volvió a tener noticias de ellos.
Con
la “desaparición” del marido y del hijo de Alicia
atribuida,según los falsos rumores, al abandono voluntario; el
“constructor de carros”, pudo forzar a la desamparada mujer y
gozar a su antojo de su hermoso cuerpo sin impedimentos. No hubo alma
alguna que contemplara al carpintero interceptando el paso al maestro
Santiso y a su hijo cuando regresaban a su hogar. Nadie escuchó los
disparos que segaron sus vidas; tampoco fue visto arrojando sus
cuerpos en la oscura y profunda boca de la caverna.
Algún
día en la cercana cueva de Toldaos, se descubrirán los restos de un
adulto y un niño con el cráneo perforado por una bala de rifle
remington.
El
carpintero nunca tuvo el menor remordimiento, muy al contrario se
despertarón sus ansias de sangre, y en la recién declarada guerra
civil española, descubrió un campo de operaciones donde el
“constructor de carros” disfrutaba como un pez en el agua,
persiguiendo, cazando, cuando no matando, maquis ocultos en los
montes.
Si
alguien pudiera ver el rostro del ya viejo carpintero, observaría el
horror reflejado en su cara, claro que nadie lo ve. Va morir solo,
sin nadie a su lado y pensando que hay quien se alegrará y dirá que
merecido lo tenía. Está solo en la estancia porque así lo quiere,
ya no hay vuelta atrás, la vida le abandona, la guadaña se acerca;
quiere hacerle frente pero no puede alcanzar su rifle, no puede
soltar al lobo que tiene agarrado por las orejas, no puede ni
arrepentirse. El rifle cae con estruendo al tiempo que aparece en la
puerta el sacerdote con el viatico. El viejo carpintero expira. La
muerte que a todos conmueve, abandona con indiferencia al constructor
de carros, cazador de maquis. Son pocos los que se apenan, si es que
hay alguno, son más en los que se puede percibir entre dientes:
¡Tanta paz lleves como dejas!.