En
los días de lluvia fina, esa lluvia que quiere parecerse al
“orballo” de mi tierra gallega, me asalta la nostalgia y en ella
vienen recuerdos de mi infancia. Guantes blancos es un historia real
aunque los nombres y la spersonas sean ficticios.
Mi
abuelo Dositeo maestro no ejerciente, de los de antes de la guerra
civil española, se dedicó un tiempo a preparar la admisión de
mozos que querían o deseaban ingresar en la Guardia Civil.
¡Tiempos
aquellos que mucho han cambiado!
Hablo
de épocas pasadas, de los años 50 del pasado siglo en una aldea
gallega, de esas que algunos llaman “rurales” a sus moradores. En
aquellos años era normal que los “educados o leídos” enseñaran
a los hijos de las familias de la aldea que estuvieran “interesados”
ya que ni maestros había.
Los
alumnos de mi abuelo Dositeo, eran “especiales” además de pagar
religiosamente, debían colaborar o ayudar en las tareas domesticas
necesarias, lo hacían y lo hicieron, normalmente, al terminar la
jornada.
Aquellos
aspirantes a Guardias Civiles, completada la jornada terminaban el
día
alimentando
cerdos, vacas y terneros, realizando trabajos necesarios para
mantener la casa; aquellos que menos se aplicaban debían ir en
busca de agua a un manantial bastante alejado para llenar un gran
tonel destinado al suministro de la casa. El tonel estaba instalado
en un carro al que solo había que enganchar al burro encargado de la
tracción...
Contarlo
no es lo mismo que vivirlo, y hasta aquí todo parecería normal para
aquellos años.
Mi
abuelo vivía solo en la casa sin otra ayuda que la de Maruxa, una
criada que envejeció sirviendo en la casa; alguien tenía que hacer
las labores que él abuelo desatendía mientras impartía clases...
Contarlo hoy tampoco es lo mismo que vivirlo hace 60 años, viendo a Rocín, el burro al que mi abuelo estimaba casi con adoración, creía
mi abuelo que el burro sabia en todo momento la faena que le tocaba
hacer, decía que rebuznaba para advertir a los demás...
Podéis
creerme, yo mismo ví como detectaba a los que le maltrataban y a
quienes no lo hacían, comprendí que avisaba de cuando tenían que
engancharle al carro del tonel y de esta forma sabíamos que el agua
se acababa y era necesario ir a rellenar el tonel.
Guardo
recuerdos de aquellos tiempos entre ellos los de ver que eran siempre
los mismos alumnos haciendo las mismas
tareas; las más duras para
los más torpes, y dejó huella en mi ver como les pedía superación:
“superarse uno mismo, no superar al vecino, esa es la virtud”.
Aún hoy pienso que tenía razón.
aperos de labranza |
Hay
lagunas en mi memoria y tengo claro como el abuelo después de caer
de la yegua que era la envidia de los alrededores y salir tan
malparado decidió no volver montar en ella y comprar un asno, eso
si, nunca dio explicaciones por mucho que le preguntaran.
Casi todos entendimos a Rocín y su maneras de actuar; todos menos Lois do
Neto que era de los alumnos más torpes y antiguos de los que
preparaba el abuelo, era tan falto de habilidad que hasta del burro
tenía envidia y lo mostraba apaleando al burro en cuanto desaparecía
de la vista del abuelo.
El
burro aguantaba las palizas fuera de casa pero había que verlo
rebuznar mientras Lois aguantaba las muestras de enfado del abuelo
por la tardanza.
Un
día, fui con mi padre y el abuelo Dositeo a Lugo, estando los tres
comiendo un una pulpería, entraron cuatro hombres saludando a mi
abuelo muy efusivamente, y entablaron una larga conversación. preste
oído, lleno de curiosidad pues me pareció que estaban hablando de
Lois do Neto, escuche, alto y claro “Dositeo, ése ni con los
guantes blancos aprueba”...
De
regreso a casa, varias veces pregunté a mi padre que era eso de los
“guantes blancos” ¡Todos los alumnos del abuelo tiene que ir a
examinarse con guantes blancos, así se asegura que no van a
suspender!.
Años
más tarde entendí que los hay que no los cambian ni con “guantes
blancos”
Lois
do Neto nunca consiguió ingresar en la Guardia Civil.
Así
fue, y así lo cuento.