RAMÓN DO
PENEDO
En
las
cercanías
de
Sarría,
hay
una
aldea
escondida
en
las
laderas
de
la
sierra
de
Touville
y
Armea;
siete
casas
ancladas
en
el
pasado
suspendidas
encima
de
un
promontorio
rodeadas
de
una
masa
de
arboles
a
modo
de
fortificación
natural,
acogen
y
cobijan
a
otras
tantas
familias,
emparentadas
entre
si
desde
los
tiempos
antiguos.
Al
pie
del
promontorio,
queriendo
huir,
el
río
Neira
adorna
sus
riberas
con
álamos
cubiertos
de
muérdago
y
los
castaños
milenarios
enseñan
sus
frutos;
allí
uno,
ante
la
explosión
de
la
naturaleza,
se
siente
pequeño,
muy
pequeño.
A la
aldea solo se puede llegar por la parte trasera del monte entre
frondosas carballeiras. Muchos años yendo a disfrutar de las
vacaciones con la libertad que me concedía mi abuelo, que no era
mucha; muchos años buscando lugares desconocidos cercanos, y no tan
cercanos, y nunca imagine que por allí existía una aldea y eso que
conocí y fui conocido en la mas de setenta aldeas que tiene el
municipio.
Fue
Madrid quien me dio la oportunidad de conocer a Ramón y su increíble
aldea que ni él mismo sabía estaba enclavada en las ruinas de un
castro celta.
Aquel
día, en el viejo Madrid en un bar de la calle Leganitos sonó a mi
lado un estruendoso,
“vaiche boa,
vela ai vai”
Me volví para descubrir de donde procedían las palabras y hallé a
un hombre sentado en una banqueta alta sin que las piernas le
llegaran al suelo hablando solo.
“Madia
leva, xá
falas só”
¡No
hablo
solo,
hablo
conmigo
mismo
en
voz
alta!,
Y empezamos a conversar; hablando y hablando llegamos al donde eres:
-
Yo soy de Baralla,
- eu
tamen
Un
encuentro,
un
apretón
de
manos,
un
nos
volveremos
a
ver
y...
El
paisano
se
llamaba
Ramón,
Ramón
dó
Penedo,
y
trabajaba
en
aquel
local.
Volví
por
allí
varias
veces
y
entablamos
amistad;
un
aprecio
que
duró
y
aún
dura
aunque
el
paso
de
los
años
y
la
lejanía
enfrían
los
contactos...
En el
verano del setenta, sabiendo que Ramón dó Penedo estaba veraneando
en su casa, fui a verlo aunque no resulto tarea fácil, logre llegar
siguiendo las instrucciones de un paisano buen conocedor de la zona.
Partí por la carretera local que une
Baralla con la Puebla de San Xulian, bordeando el rio Neira por su
margen derecha, aguas abajo, hasta llegar al puente medieval de
Covas. Aparque el coche, ya sabía por Ramón que hasta su aldea solo
podese ir por camiños
do carro.
Acometí la ruta siguiendo las rodadas
de los carros, entre bosques de robles y castaños que apenas dejaban
pasar los rayos del astro sol, lo que era de agradecer en aquel
caluroso Agosto, el camino se iba empinando y durante su ascenso no
dejaba de pensar en la dificultad que tendrían las yuntas para tirar
de los carros. Cuando comencé a sentirme perdido, al final del
camino, apareció ante mi, un “can de palleiro", perro común
en las aldeas gallegas, de pequeño tamaño y peligroso por sus
imprevisibles reacciones. Afortunadamente, tras él venia su dueño
quien viéndome, desvalido, vestido al estilo de la ciudad, se apiado
de mi y sujetó al fiero animal y al ser
preguntado, en gallego, por la casa dó Penedo se deshizo en
amabilidad para indicarme la senda.
Frente a la vivienda comprendí porque
la llamaban dó Penedo; gran parte de la casa estaba edificada sobre
una enorme roca. Cuatro grandes montones que almacenaban yerba y paja
de cereal, revelaban extensas praderas y posesiones agrícolas
propias de un poderoso hacendado.
La piedra que sustentaba parte de la
casa, parecía evitar que se precipitara por la inaccesible ladera.
Como ocultando la casa, arboles
frutales rodeaban la explanada, destinada a la era, al fondo
destacaban seis manzanos repletos de manzanas rojas y junto a ellos,
al menos una docena de perales invitaban a coger su fruto.
!Admirable!
Ramón
en
en
persona
salio
a
recibirme
y
tras
las
presentaciones
y
los
saludos,
me
llevó
a
recorrer
sus
lugares
predilectos;
tenía
ganas
de
mostrarme
lo
orgulloso
que
se
sentía
al
poder
estar
en
ellos.
Algo
cansados
nos
sentamos
sobre
una
piedra
colocada
allí
expresamente
en un sitio especial desde el que se observa
un
impresionante
paisaje.
La
visión
del
valle
del
Neira
desde
aquel
punto
,
aprisionó
mi
mirada,
una
profunda
paz
se
apoderó
de
mi,
sentía
palpitar
mi
corazón
y
presentía
las
emociones
que
embargaban
a
Ramón,
hasta
el
extremo
de
no
atreverme
a
mirarle
para
no
perturbarle.
Ante mis ojos, a izquierda y a
derecha, prendidas en las laderas, una tras otra, aparecían pequeñas
aldeas, las tierras de labradío y los
verdes prados que las circundan parecían elevarse en busca del
cielo, entre ambas laderas aprisionan el cauce del rio formando un
espectacular cuadro policromíco. El rio se
difumina en lejano fondo, allá por Láncara, reaparece, ensalzado la
vista, en la Puebla de San Xulian, incomparable visión.
En aquel momento comprendí que al rudo
amigo por muy alejado que estuviera de este lugar, sus sentidos no se
apartarían de allí. Él era la tierra, la
misma tierra, la madre de la vida.
Presentí que sus pensamientos estaban
ligados, inseparablemente, a aquellos lares y que por lejano que
estuviera su cuerpo de estos lugares, no encontraría más belleza,
él no renunciaría “al souto, a las carballeiras, ni a las
chousas, toxos, yestas, arándanos, amorodos, fentos é ventos dó
Neira”. Él era, fruto de frutos, “ribeireño dó Neira” Sentí
sus sensaciones y en ellas tuve el pleno convencimiento de su
determinación, nunca viviría lejos de allí.
Ramón obtenía la fuerza de la tierra,
lo demostró cuando el tiro de vacas que guiaba su padre no lograba
arrancar el carro cargado con mucho estiércol, sin dudar, se aferró
a una rueda hasta hacerla girar, mirando retador a la yunta,
indicando que su fuerza y poderío eran superiores.
Al mediodia, bajo las sombras de los
nogales, dimos cuenta del yantar regado con vino de “Peares”,
café de puchueiro, ademas
de
unas
gotiñas de oruxo
de Portomarin.
La
tarde
transcurrio,
mansamente,
recorriendo
los
alrededores
de
la
aldea
y
sin
darnos
cuenta
vino
la
noche,
había ido para pasar el día, no pude resistirme a la
invitación de quedarme, acogido con tanta gentileza y amabilidad,
todo me parecía increíble.
Sin apenas percatarnos, envuelta en el
manto de la noche, la niebla, emanando del rio, nos hizo abandonar el
exterior y encender fuego en la lareira
Las casas de la aldea se ocultaban a la
vista unas de otras y sinembargo se sentían presentes. Disfrute de
la compañía de todos los vecinos que se afanaban en agradar en
franca competencia. Todos y cada uno de ellos magnificaban lo que
tenían , producían, pescaban, cazaban o recolectaban, más y mejor
que nadie en todo el mundo, y lo decían convencidos , sin
ruborizarse, si uno había pescado una trucha, era la más grande
jamas vista, otro afirmaba que le había ayudado a sacarla del agua
con mucho esfuerzo. Si alguien cosechaba patatas eran las más
grandes y hermosas, siempre había quien se encargaba de afirmar que
con una comía toda la familia. Los nabos, enormes, permitían
obtener las mejores nabizas, por tanto los más esquistos grelos,
todos los comentarios terminaban, entre miradas de complicidad y con
la frase sentenciadora, vaiche boa, coreada al
unisono por los oyentes con un, vela ai vai.
El
trato recibido
hacía difícil
abandonar el
lugar pero
no había
otro remedio.
Tres días
después mientras
descendía en
busca de
mi coche,
apesadumbrado por
tener que
abandonar tan
hermoso lugar,
afloro en
mi cabeza
el recuerdo
de todos
sus habitantes
y me
dí cuenta
de de
la ausencia
de mujeres
jóvenes y
de la
abundancia de
varones, gemelos
o mellizos
en casi
todas las
casas.
Finalizadas las
vacaciones, nos
volvimos a
encontrar en
Madrid, y
como siempre,
intercambiamos
nuestras
vivencias.
Finalizado
el verano,
nuevamente en
los madriles
nos volvimos
a encontrar,
cada vez
con más
frecuencia,
hablábamos mucho
del Neira
y sus
truchas, de
las aldeas,
del Concello
de las
fiestas; tenía
en mi
con quien
hablar “da
terra nai”,
agradecía mi
conversación y yo la
suya pero cada vez nos veíamos más de tarde en tarde; es así la
vida en la gran ciudad, son las circunstancias. Pude comprobar que
últimamente Ramón
hacía una
vida realmente
extraña; iba
de la
pensión al
trabajo en
el que
pasaba todo
el día,
que no le
interesaba librar
o recorrer
Madrid, solo
gastaba lo
imprescindible y
finalmente, un buen día me espetó:
Volvomé pra casa ¿Y eso? !Teño que
facelo! !Morreu meu irmau!
Pasaron varios años hasta que nos
reencontramos en la feíra de Baralla, él
estaba junto a un tractor con un remolque lleno de cerdos
que había llevado para vender, apenas tuvimos tiempo para hablar y
nos despedimos
con la promesa de que iría a visitarle.
!Podes vir en
coche, xá
chega a pista!
!
Cumplí con lo prometido una semana
después del encuentro y a media mañana
aparecí su casa, todo seguía
igual, casi igual, aunque, sin saber nada presentí cambios y los
contraste en la conversación con Ramón.
Hablando me llevo a sus recuerdos de manera pausada; desde los mismos
lugares que habíamos recorrido, allí en
la misma piedra, asomados por la misma vista, me relató gran parte
de su vida. Comenzó por su nacimiento, más ó menos en estos
términos:
Del doble parto de mi madre, el primero
en nacer fue Pedro y por ello heredó la
casa, las tierras y además las aficiones de mi padre,
sobre todo al alcohol, sin embargo el apego y el cariño por la
familia no los perdió nunca, Mi hermano Pedro, por el contrario, a
las hijas los rehuía como si apestaran,
mandaba, ordenaba cual amo y señor, se casó con la chica que yo
amaba, la trajo para casa y en estás circunstancias no tuve otro
remedio que abandonar á terra, miña
terra. Pedro se dedicó con profusión
a la bebida que lo llevó, al cabo de pocos años, a una muerte por
cirrosis, precedida de una larga agonía,
no sin antes haber engendrado cuatro hijas.
El sol estaba en lo más alto,
iluminaba el valle del Neira sin sombras pero en su cara y en sus
ojos apareció la duda y acudieron a su semblante los tiempos de
negra amargura, fue un instante, fugaz, pero me pareció una
eternidad, se rehizo prontamente y prosiguió.
Volví de
Madrid, en el que nunca estuvo otra cosa que mi cuerpo, enterré
a Pedro, me dedique por entero a la casa.
Os poucos
cartos que aforrei na
capital foronse no baño
que fixen e na
traida da auga, tiven
que ir por ela
a fonte da Chousa
¿longo, non? .Os
veciños
non
axudaron,
mais
agora
queren
ter
a
auga
.
O'baño,
meu
pai
foi
capaz,
nin
de
velo
nin
de
usalo,
tiña
fixacion
ca
horta
e
limipiaba
ó
cu
cunha
verza,
daballe
o
mesmo
botar
a
merda
na
corte
que
na
horta,
no
houbo
maneira
de
facerlle
cambiar
da
opinion.
!Pra
que
vexas!
Enterré a los patronos en poco tiempo,
y me case con mi cuñada, no se si por amor ó por darle un padre a
mis sobrinas, además me convertí en padre de dos hermosos gemelos y
sin apenas darme cuenta, sumido en la bebida con una profunda
depresión en la que caigo y recaigo cada pocos meses y de la me
cuesta salir, solo éste lugar, la presencia de buenos amigos mitiga,
mi espíritu, me reconforta,
me hace
olvidar mis
pecados que
según el
sr. cura
y mis
vecinos, son
muchos, y
tengo que
purgarlos...
Las ultimas noticias que tengo de Ramón
me hacen pensar que está recuperado hasta el extremo de olvidarse
por completo de lo que puedan pensar sus vecinos. Vive dedicado a
cuidar de su familia y de su hacienda.
También los
demás tratamos
de olvidar,
aunque solo
sea el
nombre de
la aldea,
con el
fin de
proteger la
parte de
los hechos
reales aquí
narrados, dramatizados
y ensalzados
al libre
albedrío del
autor para
preservar a
personas, ideas
o coincidencias
con la
realidad; todo
parecido con
personas y hechos sera fruto
de la
coincidencia.
En Madrid a 27 de Octubre
de 2012
XARDONMANROFER